EL BIG DATA DE LOS BOSQUES

 

El big data está de moda, todos los medios de comunicación hablan de esto. ¿Y que es? Pues algo muy simple, sacarle información a la ingente cantidad de datos que generan las nuevas tecnologías con el objetivo de conocer mejor el mundo, facilitarnos la vida, vendernos de todo, hacernos la vida imposible o manipularnos, que de todo hay. Se nos vende como algo nuevo, pero los ecólogos sabemos que no es así, que es bastante antiguo porque venimos usándolo desde hace muchos años debido a la naturaleza de lo que estudiamos: los ecosistemas.

Los ecosistemas son grandísimos, así que no los podemos estudiar enteros, tenemos que estudiarlos a partir de muestras (superficies o volúmenes de tamaño estándar) en las que medimos lo que nos interesa con la esperanza de que sean representativas del todo. Como además son muy heterogéneos internamente y no tienen límites claros, hay que coger muchísimas muestras para que lo que obtengamos sea representativo. Menos mal que nuestros colegas los estadísticos han venido en nuestra ayuda enseñándonos cuantas muestras tenemos que coger y como las tenemos que distribuir para que lo que concluyamos sea creíble. Así que lo normal es que cuando uno termina el trabajo de campo se encuentre con una matriz de datos como una sábana de grande, nuestro big data particular, al que le sacamos información con los instrumentos matemáticos que nos proporcionan los estadísticos y con los ordenadores, ese regalo del cielo que permite calcular a la velocidad del rayo, porque encararse con esas tablas de datos con una simple calculadora es tarea imposible.

Aunque los big data tienen su intríngulis, los ecólogos no tenemos demasiados problemas en lidiar con ellos, pues estamos entrenados. Nuestro problema está en obtenerlos, pues requieren normalmente un trabajo ímprobo. Medir unas pocas de cosas en cientos o miles de muestras en poco tiempo, ya que muchas cosas de las que medimos cambian con la estación (crecimiento de las plantas, composición de las comunidades, fotosíntesis, respiración etc.) requiere grandes equipos entrenados, algo bastante caro que no es fácil que financien. Además, si uno quiere enterarse de cómo funcionan los ecosistemas tiene que medir las muestras repetidamente en el tiempo a lo largo de muchos años, algo difícil de conseguir porque los proyectos se financian solo por cuatro años y es necesario encadenar un proyecto tras otro para obtener series largas de datos, algo muy estresante. Menos mal que últimamente parece que nuestros próceres se han dado cuenta del problema y están financiando estudios a largo plazo como ya les conté aquí.

El resultado es que las grandes bases de datos con muchas muestras en las que se midan variables de interés para los ecólogos son escasas, pero haberlas haylas, y cada vez mas. Una muy importante por aportar datos de forma prolongada en el tiempo de una superficie inmensa es la que han generado nuestros primos los ingenieros de montes, que en los últimos 50 años han medido la vegetación cada 10 años en miles de parcelas repartidas por todos los montes del país. Como ya les conté aquí la madera ha sido y es un bien estratégico que los estados han querido conocer al dedillo, lo que ha hecho que financien estos costosos estudios. Los ingenieros han medido lo que les interesa para saber cuanta madera hay, cuanta se está produciendo y si la producción peligra por alguna causa, cosa que en principio puede parecer que a los ecólogos no debería importarnos demasiado, pero no es así. Muchas de las medidas que hacen (que especies hay, como crecen, Ruiz Benito y García Valdés, 2016) nos interesan, por lo que se están utilizando, como podrán ver en el último número de la revista ECOSISTEMAS. Unos los han usado para ver como se distribuyen las especies (Olthoff et al., 2016) , como ha cambiado su distribución y a que ha podido ser debido, para con estos resultados elaborar modelos con los que explorar lo que puede pasar cuando cambie el clima o el uso que el hombre hace de los terrenos forestales (Navarro Cerrillo et al. 2016; García Valdés y Morales Castilla, 2016; Hernandez, 2016). Pero otros se han metido en más honduras, usando estos datos para testar hipótesis centrales en la teoría ecológica como es la relación que existe entre la diversidad y el funcionamiento de los ecosistemas (Ratcliffe et al, 2016; Godoy y Rueda 2016).

Hay también bases de datos generadas por ecólogos, en las que se mide lo que nos interesa. Un ejemplo lo tenemos en Cataluña, donde hace ya 25 años que el CREAF (un centro de investigación de ecosistemas terrestres radicado en Barcelona) consiguió financiación para medir variables nada habituales en las parcelas de los inventarios forestales, como la biomasa de ramas y hojas, el índice de área foliar, la cantidad de hojarasca y su tasa de descomposición, la densidad de la madera o la concentración de Carbono, Nitrógeno y otros elementos en hojas, corteza y madera. Hubo que poner a punto técnicas sencillas de medida, pues había que tomarlas en las aproximadamente 10.000 parcelas del inventario forestal de la región y además de forma repetida en el tiempo. Los resultados han sido espectaculares (Vayreda y cols, 2016). Al principio algunos los tacharon de locos, diciendo que era un proyecto académico  alejado de la realidad, demasiado costoso para ser financiado. Se equivocaban. Gracias a algunas medidas tomadas se ha podido responder con precisión a cuestiones que ahora son de creciente interés económico como cuanto carbono secuestran los bosques o cuanta biomasa de ramas y hojas se puede obtener para bioenergía, cosa que en el resto del país se puede hacer solo a bulto a partir de los inventarios forestales tradicionales.  Para que luego digan que financiar la ciencia básica es “pa ná”.

Rocío Fernández Alés

Expresidente de la AEET

 

García-Valdés, R., Morales-Castilla, I. 2016. Efectos del cambio climático en los ecosistemas forestales: integrando inventarios y modelos. Ecosistemas 25(3): 51-59.

Godoy, O., Rueda, M. 2016. El uso de inventarios forestales para entender la evolución, el mantenimiento, y el funcionamiento de la diversidad de especies. Ecosistemas 25(3): 80-87.

Hernández, L. 2016. Impactos del cambio global en ecosistemas forestales ibéricos a partir del Inventario Forestal Nacional. Ecosistemas 25(3):112-115.

Navarro-Cerrillo, R. M., Clavero, I., Lorenzo Vidaña, A., Quero J. L., Duque-Lazo J. 2016. Integración de datos de inventario y modelos de hábitat para predecir la regeneración de especies leñosas mediterráneas en repoblaciones forestales. Ecosistemas 25(3): 6-21.

Olthoff, A. E., Martínez-Ruiz, C., Alday, J. G. 2016. Patrones de distribución de especies arbustivas respecto a arbóreas a lo largo de un gradiente ambiental atlántico-mediterráneo: una aproximación a partir de datos del tercer Inventario Forestal Nacional. Ecosistemas 25(3): 22-34.

Ratcliffe, S., Ruiz-Benito, P., Kändler, G., Zavala, M. A. 2016. Retos y oportunidades en el uso de Inventarios Forestales Nacionales para elestudio de la relación entre la diversidad y el aprovisionamiento de servicios ecosistémicos en bosques. Ecosistemas 25(3): 60-69.

Ruiz-Benito, P., García-Valdés, R. 2016. Inventarios forestales para el estudio de patrones y procesos en Ecología. Ecosistemas 25(3): 1-5.

Vayreda, J., Martínez-Vilalta, J., Vilà-Cabrera, A.. 2016. El Inventario Ecológico y Forestal de Cataluña: una herramienta para la ecología funcional. Ecosistemas 25(3): 70-79.

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