
No existe en español una sola palabra para designar a todas las especies del género Quercus, como en francés (chênes) o inglés (oaks). Existía antiguamente, belloteros, pero la palabra cayó en desuso hace siglos. Ahora cada especie tiene su nombre: coscoja (Quercus coccifera), encina (Q. ilex), alcornoque (Q. suber), quejigo (Q. faginea), roble (Q. pyrenaica) etc. Un engorro, porque cuando queremos hablar de todo el género, algo usual ya que las especies que lo componen tienen mucho en común en incluso hibridan entre sí, no tenemos palabra. Los ecólogos han optado por usar el nombre científico, como pueden ver en el monográfico dedicado a la ecología de estas especies que acaba de publicar la revista Ecosistemas (Ecosistemas 23 (2), agosto 2014), pero resulta demasiado técnico para un blog de divulgación. Así que resucitaré la vieja palabra belloteros para hablar de ellos.
Solo nombramos a los seres vivos que nos importan, y los belloteros reciben tantos nombres porque las distintas especies nos proporcionan recursos de diversa índole, como material de construcción de casas, barcos, muebles y aperos (madera), energía (leña), curtiente (casca), aislante (corcho), alimento para humanos (bellotas) y ganados (bellota y ramón) además de tinte carmín a partir de la cochinilla Kermes vermilio que se criaba en las coscojas, y que era muy caro. Por ello han sido protegidos, bien por leyes, como las antiguas ordenanzas concejiles que imponían severas penas a los que los dañasen, o por los dioses, de lo que nos queda todavía algún eco, como la capilla del roble de Allouville, la encina de Escardiel, que da bellotas en las que se ve a la Virgen María, o el árbol de Guernica.

Los belloteros son muy longevos, pueden durar cientos de años o quizá más, aunque unas especies más que otras. Suena raro porque no son árboles especialmente grandes, como esperaríamos de seres tan duraderos. Pero es que la edad no la tienen en la parte aérea, sino en la subterránea. Rebrotan muy bien tras perder el vuelo, así que encontramos árboles medianitos pero con una cepa enorme, quizá milenaria. Rebrotar es bastante común en las leñosas, pero suele estar restringido a fases juveniles, arbolitos de menos de 5 cm. de diámetro. Los belloteros lo siguen haciendo hasta bien entrada la edad adulta (mas de 30 cm. de diámetro), cosa poco común. Esto les confiere una gran ventaja en ambientes perturbados frente a especies incapaces de rebrotar, como los pinos. Tras un incendio o una tala los belloteros recuperan rápidamente el espacio, y los pinos, que se recuperan por germinación, crecen mal a la sombra de los astutos rebrotadores que se han hecho dueños de la situación. No sería de extrañar que el hombre, tan aficionado a quemar y talar el monte, los haya favorecido.
A los humanos no les ha pasado desapercibida esta prodigiosa forma de rebrotar y la han usado en su provecho para obtener recursos de forma continuada como energía (carbón y leña), materiales de construcción (palos y varas) o curtientes (casca), cortando la parte aérea en turnos largos (20 -25 años), de tal manera que la planta se pudiese recuperar y volver a rebrotar con vigor. Antes de que los combustibles fósiles fuesen de uso común la leña y el carbón de encina y roble eran la principal fuente de energía doméstica (cocina y calefacción) e industrial (ferrerías, forjas, hornos de cal etc.). La encina era la preferida para usos industriales debido a su alto poder calorífico, así que el que tenía un encinar era como el que tiene ahora un pozo de petróleo. Este combustible fue siendo sustituido paulatinamente por combustibles fósiles a lo largo de la revolución industrial, pero no dejó de usarse en España hasta los años 70 del pasado siglo, cuando la entrada masiva del butano en los hogares lo relegó a un uso testimonial.
La industrialización del país coincidió con la privatización de las tierras (desamortización) y con el incremento de la superficie agrícola y ganadera, una situación perversa para los belloteros, ya que no solo eran valiosos como combustible, sino que a la par sobraban de muchos sitios que se iban a poner en cultivo solamente o en combinación con la ganadería (dehesas). No sabemos exactamente como les afectó, ya que las evidencias son muy escasas, y desgraciadamente negativas. Se crearon muchas dehesas dando forma de árbol a matas más o menos rastreras y descepando los árboles sobrantes que se hacían carbón, cuya venta pagaba la transformación. Las encinas y robles descendieron dramáticamente en los montes públicos de Castilla – León entre 1859 y 1979 y en Azuaga en el siglo XIX. Demasiada poca información para saber si sufrieron mucho o poco, si en unas zonas si y en otras no, en que momento, si la presión sobre los tallares se incrementó o incluso si se sembraron belloteros para obtener energía, corcho o pienso. Merecería la pena averiguarlo para poder entender su estado actual. Tengan en cuenta que estamos tratando con individuos muy longevos, por lo que tanto los individuos como las poblaciones tardan mucho en reaccionar.
La sustitución de la leña por combustibles fósiles les ha dado un respiro y ahora tienen un aspecto infinitamente mejor que el que tenían en las fotos de los años 40 – 60 del pasado siglo, cuando la leña era todavía valiosa. Pero no carecen de problemas. Muchos árboles se mueren. En los tallares por densidad excesiva al dejar de estar explotados, lo que lleva a un proceso de autopoda. En las dehesas por enfermedades poco específicas como la seca. Pero, ¿se mueren más que antes o es que ahora la mortandad es más visible porque la leña no vale nada y no se retiran los árboles muertos? En el caso de que la mortandad haya aumentado, ¿es por las condiciones actuales o por las que sufrieron en el pasado? Pues no lo sabemos.
Que los árboles se mueran no debería preocuparnos, porque morirse es ley de vida incluso para los belloteros. Si nos preocupa es porque no son sustituidos por otros nuevos. Las dehesas van envejeciendo, van perdiendo árboles y no se ve un arbolito nuevo ni por asomo. Esto de reproducirse mal por semillas es típico de especies rebrotadoras, y los belloteros no son una excepción. No debería de extrañarnos. Como son tan longevos con que una bellota produzca un árbol cada 300 años más o menos es suficiente para mantener la población, por lo que seguramente no ha habido presión de selección hacia una reproducción sexual abundante. Ante tamaña dificultad no sería de extrañar que la simple retirada del ganado de las dehesas no fuese suficiente para lograr la regeneración del arbolado en un tiempo prudencial, lo que obligaría a tener que sembrar árboles para mantener el vuelo en estos agroecosistemas. O para restituirlos allá donde fueron arrasados. Los belloteros se convertirían así en especies domésticas, al estar su reproducción mayoritariamente controlada por el hombre (ver AGROECOLOGIA I), que seguro aprovecharía la ocasión para seleccionarlos.
Los belloteros no solo proporcionan recursos, también juegan un papel importante en la naturaleza, y mas en nuestro país donde son muy abundantes. Y esto a la postre repercute en nuestras vidas. Como todos los árboles protegen el suelo de la erosión con sus extensas raíces, regulan el ciclo hidrológico, al favorecer la infiltración de agua en el suelo y la evaporación, haciendo menos catastróficas las inundaciones, y hacen el clima menos variable bajo sus copas. Los belloteros, como se recuperan tan deprisa de la destrucción del vuelo, son mucho más eficaces que otras especies como protectores y reguladores. Sus semillas, las bellotas, son fuente de alimento de muchas especies silvestres en una época donde el alimento es escaso en nuestros lares: el otoño. Cuando aparecen mezclados con praderas, como en las dehesas, bosquetes o setos incrementan mucho la biodiversidad del área, al hacer el paisaje más heterogéneo. Pero estas bondades son poco apreciadas por la economía actual, que solo se preocupa del dinero a corto plazo.
Dan recursos, dan dinero, nos protegen, mantienen la biodiversidad y aguantan bastante nuestros desmanes, vamos, que son una joya. Igual que los diamantes, duros pero frágiles, porque si se los descepa les cuesta muchísimo tiempo recuperar el terreno perdido. Ya que la economía actual no los valora en su justa medida quizá deberíamos volver al pasado y considerarlos sagrados, que era una forma mas integral de valorar las cosas, sobre todo a largo plazo.
Rocío Fernández Alés
Expresidenta de la AEET
Ecología y gestión de las especies de Quercus. Ecosistemas 23 (2), agosto 2014.