Los ecosistemas cambian constantemente, más o menos deprisa según sean de longevos los organismos que los integran. Como en tierra firme los seres vivos viven bastante tiempo, sobre todo las plantas, que duran muchos años y son muy dominantes, apenas se ven variaciones en lo que dura una vida humana. Tampoco se ven en fotos aéreas o censos repetidos en el tiempo, pues salvo excepciones tienen como 50 años o a lo más 100. Muy poco rato para discernir fluctuaciones naturales de tendencias de cambio a largo plazo. Para hacerlo hay que retroceder unos cientos o miles de años, y aquí empiezan las dificultades.
Mapas, documentos, fotografías y pinturas nos informan de lo que había en los últimos 300 años, porque antes a nadie se le ocurría dibujar cosas reales ni describir la naturaleza. Escritos o imágenes de lo que se hacía en cada época nos pueden retrotraer hasta los inicios de la escritura o de la pintura hace miles de años, pero dan una información muy vaga. A falta de documentos hay que recurrir a los restos que dejaron los organismos del pasado, que siempre tienen partes duras muy persistentes como granos de polen, estructuras minerales de animales o plantas, trozos de madera quemados y cosas por el estilo que se conservan en el suelo o en el fondo de lagos y mares. A toda esta labor de reconstrucción del pasado de los ecosistemas se le llama Paleoecología.
La Paleoecología no solo nos cuenta cómo era antes la naturaleza, también puede ser muy útil para resolver problemas actuales en nuestra relación con ella. Muchas preguntas que se hacen los gestores del medio natural pueden ser respondidas por los paleoecólogos, como por ejemplo: “¿Esta especie es autóctona o invasora?” “¿Está trastocando el funcionamiento del ecosistema o simplemente se está aprovechando de que el entorno donde llegó estaba cambiando y ha encontrado un hueco?” “¿La frecuencia actual de fuegos en una región, es la de toda la vida o ha cambiado por la acción del hombre?” “Las variaciones que vemos en un lugar, ¿son oscilaciones a largo plazo o es que está cambiando irreversiblemente?” Como verán no son cuestiones irrelevantes pues su respuesta condiciona la política de gestión a seguir. Veamos algunas.
Las invasiones biológicas están de moda. La percepción general es que las invasoras son malísimas porque trastocan el funcionamiento de los ecosistemas y pueden dar lugar incluso a extinciones. Esto es una exageración, como ya les conté en otra ocasión, pero sí es cierto que algunas pueden causar problemas, por eso los países firmantes del Tratado de Conservación de la Diversidad Biológica de Río en 1992 solo se comprometieron a controlar, erradicar o evitar la entrada de especies problemáticas, que es lo importante. Esto es muy bonito sobre el papel, pero cuando uno baja a la realidad las cosas se complican.
Determinar si una especie es invasora o estaba allí de toda la vida a veces no es fácil, pero es muy importante pues de ello depende que se proteja o por el contrario se controle o erradique. Un caso en el que la Paleoecología ha servido para resolver este dilema es el de Selaginella kraussiana, una planta ornamental que se cultiva mucho por el trópico americano, Australasia y Europa Occidental. Es común en Azores, pero ¿es nativa o introducida? Teniendo en cuenta que las invasoras en las islas causan más estragos que en cualquier otro lugar, no es una cuestión trivial. El estudio de los sedimentos de un lago en la isla de Flores (Azores) mostraron que había esporas de Selaginella desde hace al menos 2500 años, que es lo que abarca el registro. Vamos, que estaba allí antes de que fuese colonizada por europeos, que son los que las plantan en los jardines.
Saber si una especie invasora está alterando un ecosistema o si por el contrario se está aprovechando de un cambio ambiental que está ocurriendo en el sitio al que ha llegado tampoco es fácil. Pero es crucial porque va a determinar si tenemos que controlar la especie o si por el contrario su presencia indica que algo no va bien y hay que controlar el ambiente. La Paleoecología puede orientarnos, como es el caso de los matorrales y bosques en crecimiento del NE de los Estados Unidos. Resulta que estos hábitats albergan una riquísima fauna de vertebrados y por ello están protegidos, pero se les están llenando de matorrales exóticos. Se dieron cuenta de que a las invasoras les gustaban especialmente los sitios que habían sido cultivados previamente, así que con centrarse en controlarlas ahí era suficiente. Pero cuando miraron los registros históricos se percataron de que no solo había que considerar los explotados en los últimos 40 años, que es lo que habían hecho, sino todos, hasta los más antiguos, pues el cultivo había modificado el suelo permanentemente de tal manera que facilitaba la invasión. Los exóticos solo se están aprovechando de las modificaciones previas en el sitio. Son un síntoma, no un peligro.
Las especies que se expanden fuera de su hábitat no lo hacen de forma constante, sino a trompicones. Se están quietas un tiempo y, de pronto, se ponen a correr. Esto se debe a que instalarse en un sitio nuevo no solo depende de lo viajero que sea uno sino también de encontrar un hueco donde vivir, que no es fácil porque lo normal es que esté todo ocupado. Así que lo más sencillo es asentarse en sitios en los que una perturbación, como un fuego, una riada, un huracán o un cultivo, haya matado lo que había dejando sitio libre para establecerse. Y si a los que estaban allí les costara mucho recuperarse por cualquier circunstancia, mejor que mejor. En esto último la Paleoecología tiene mucho que decir. Por ejemplo, el estudio de los bosques del Oeste de América del Norte mostró que se expandieron durante la pequeña edad del hielo, una época más fría que la actual que duró desde 1300 hasta 1850. Esto quiere decir que un tiempo fresquito le viene muy bien al reclutamiento de nuevos individuos, cosa que no pasa hoy día, que hace más calor. Así que si ahora sufren cualquier perturbación de las que hablábamos les va a costar más trabajo recuperarse que antes, haciéndose mas sensibles a la invasión por nuevas especies.
Escarbando en el suelo se pueden encontrar muchas cosas: tesoros de oro y plata, menas de materiales útiles, y también mucha información del pasado que la tierra aún no ha destruido y conserva celosamente en su interior. Leerla con detenimiento no solo nos hace mas sabios sino que nos ayuda a resolver problemas, como habrán podido comprobar.
Rocío Fernández Alés
Expresidente de la AEET
Willis, K.J. & Birks, H. J. B. 2006. What Is Natural? The Need for a Long-Term Perspective in Biodiversity Conservation. Science 314: 1261 – 1265
Estudiando los bosques del pasado para proteger los del futuro. Ecomandanga.