La Tierra, la naturaleza, la felicidad (22 de Abril, Día Mundial de la Tierra)

Durante el confinamiento de la primera ola de la pandemia COVID-19 seguí con interés la actividad de la Estación Internacional Espacial (ISS en sus siglas en inglés). Quizás necesitaba aprender cómo un grupo reducido de personas no emparentadas, ni unidas por amistad convivía en aparente armonía en habitáculos reducidos, en medio de tanta tecnología y sin contacto con la naturaleza. Según la experiencia de los astronautas de Estados Unidos y los cosmonautas rusos que han habitado la ISS, tener una rutina, estar ocupado, anticiparse a los problemas y respetar a los compañeros son la clave para disfrutar del aislamiento. Digo disfrutar porque siempre se les ve contentos. Felicidad es lo que transmitía la astronauta Jessica Meir pocos días antes de regresar a la Tierra en el Soyuz HS-15. Había pasado más de 200 días en órbita, una experiencia que había deseado desde niña. De forma reiterada, los astronautas que han pasado meses aislados en la ISS comentan que una de las experiencias más fascinantes y que más echarán de menos del periplo orbital es observar la Tierra desde el espacio. La Tierra les parece sublime. Dicen que se sienten conectados con la naturaleza de forma asombrosa, casi mágica.

La astronauta Tracy Caldwell Dyson en el módulo Cúpula de la Estación Internacional Espacial observando la Tierra abajo durante la Expedición 24. Foto: NASA/Tracy Caldwell Dyson. Licencia: CC0

Este sentimiento de felicidad que ofrece sentirse conectado con la naturaleza es el que muchos ecólogos que vivimos en áreas urbanas echamos en falta durante el confinamiento. Tuvimos que conformarnos con contar pájaros desde las ventanas, por suerte más abundantes que de costumbre, y hacer un seguimiento de las plantas que asomaban en los sumideros de las azoteas. Las estrictas normas de confinamiento no consideraron la importancia del contacto con la naturaleza como fuente de resiliencia durante el distanciamiento social, y su valor fundamental en las crisis sociales.

Pequeña comunidad vegetal en el sumidero de una azotea. Foto: Montserrat Vilà

Los efectos de la falta de contacto con la naturaleza en la salud pública durante la pandemia no han sido estudiados y seguramente no han sido desdeñables. Está científicamente demostrado que el contacto con la naturaleza, aunque sea urbana, mejora el estado psicológico de la gente. Además, cada día sabemos más sobre qué elementos naturales concretos están más relacionados con una buena salud mental de la sociedad. Por ejemplo, en un estudio realizado en Gran Bretaña, los barrios con menor prevalencia de depresiones, ansiedad y estrés son los que poseen un mayor recubrimiento vegetal y donde hay más pájaros al atardecer (Cox et al., 2017). Por tanto, habría que preguntarse si, durante el confinamiento, la prohibición del acceso a los parques (peri-)urbanos o a las áreas naturales colindantes a las localidades rurales acrecentó el deterioro físico y mental de las personas, en especial el de los ancianos, y si fue una medida efectiva en frenar los contagios.

En la nueva normalidad, nuestra sociedad está excesivamente pendiente del horario de apertura y cierre de la hostelería. Consideramos a los bares y restaurantes puntos neurálgicos de socialización. Si bien las autoridades sanitarias recomiendan reducir los riesgos del contacto social en la transmisión del coronavirus ventilando los espacios cerrados y consumiendo en terrazas al aire libre, no se ha hecho suficiente hincapié en alternativas de socialización de bajísimo riesgo y coste tales como disfrutar de los espacios verdes y pasearse por la naturaleza. En la gente mayor, el contacto con la naturaleza les proporciona autodeterminación por sentirse autosuficientes, competentes, y por poder socializar con sus iguales (Gibson 2018).

En los ancianos, el contacto con la naturaleza refuerza su grado de autonomía. Foto: Montserrat Vilà

Un estudio reciente ha puesto de manifiesto que la visita a espacios naturales aumenta la sensación de felicidad a corto, medio y largo plazo. Un 88 % de la gente siente beneficios emocionales a corto plazo, un 60% considera que a medio plazo su nivel de estrés disminuye, y un 20% expresa que le ha ofrecido un nuevo sentido a la vida (Buckley 2020). Además, para los escépticos que piensen que esta valoración es subjetiva, también es posible cuantificarla y ponerle precio. El valor monetario de las áreas naturales protegidas de la Tierra asociado a la mejora de la salud mental de sus visitantes se ha valorado en 6 trillones de US$ al año. Esta cifra supone un orden de magnitud superior al valor de la industria del turismo naturalista o ecoturismo, y 2-3 órdenes de magnitud mayores que el presupuesto de las agencias públicas que gestionan estas áreas protegidas (Buckley et al. 2019).

La Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) de la cual España es estado miembro, clasifica las contribuciones de la naturaleza a las personas(“Nature’s contributions to people”-NCP) en distintas categorías. Estas categorías tienen en cuenta tanto una perspectiva ambiental (ej. regulación del clima, depuración del agua) como social, sin desmerecer las contribuciones productivas de la naturaleza como fuente de alimento o de energía (Díaz et al. 2018). Cuatro de las NCP están relacionadas con la provisión de bienes que nos producen bienestar mental: aprendizaje e inspiración, experiencias físicas y psicológicas, sentido de identidad, y mantenimiento de opciones futuras. Históricamente, estos aspectos relacionados con las contribuciones de la naturaleza a las personas no han sido suficientemente valorados por la sociedad y no forman parte de los debates económicos ni políticos. No obstante, estos temas representan un campo de investigación multidisciplinar que debería congregar los esfuerzos de ecólogos, psicólogos, sociólogos, médicos, etc. para poder cuantificarlos de forma precisa en el contexto de distintas culturas.

La Tierra es irreproducible, la naturaleza no se puede construir ni enlatar. A principios de los años 90, el proyecto Biosfera 2 montó en Oracle, Arizona un recinto herméticamente cerrado del tamaño de un campo de fútbol. Pretendía ser el mayor ecosistema cerrado jamás construido. Era una réplica de la Tierra en miniatura; albergaba un mar, un arrecife de coral, una jungla, campos de cultivo, ganado, etc., además de dependencias confortables para alojar a personas. La idea era construir un prototipo de varios ecosistemas que pudiera ser trasladado a otro planeta cuando la Tierra sufriera los efectos irreversibles del cambio climático. Ocho tripulantes se encerraron en el complejo Biosfera 2 para estudiar las interacciones entre las especies, incluidos los humanos, y las condiciones ambientales. Sin embargo, el proyecto fue un fracaso: las condiciones de Biosfera 2 no reprodujeron las de la Tierra y, por tanto, el sistema no fue autosuficiente para la supervivencia de sus habitantes. A los pocos meses, la tripulación no consiguió producir suficiente alimento, la concentración de oxígeno cayó en picado, los vertebrados y las abejas murieron, y las cucarachas proliferaron. La naturaleza moribunda no solo debilitó el estado físico de sus habitantes, sino que hizo mella en su salud mental y en sus relaciones interpersonales. Quien esté interesado en conocer más sobre esta aventura recomiendo ver el documental “Spaceship Earth” de Matt Wolf, estrenado poco antes del confinamiento.

Biosfera 2 en Oracle, Arizona, la infraestructura que intentó albergar un ecosistema funcional cerrado. Foto: Katja Schulz. Licencia: CC BY 2.0.

Con motivo del Día Mundial de la Tierra, no podemos ni debemos perder de vista el papel que la naturaleza juega en el bienestar humano. Debemos ser conscientes de los efectos perjudiciales de la carencia de contacto con la naturaleza. Queda mucho por recorrer para ponerla en valor una vez más y las que hagan falta. Dentro de los cambios a abordar con la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia, esperemos que se incluyan estrategias que aúnen prevención y persuasión para que disfrutemos más de la naturaleza con mayor responsabilidad.

La ecóloga Montserrat Vilà observando flores en el primer paseo por el campo durante la desescalada. Foto: María Concepción Muñoz

Autora: Montserrat Vilà

Profesora de investigación, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

Profesora asociada, Universidad de Sevilla

Página personal: http://www.montsevila.org

Referencias

Buckley, R., Brough, P., Hague, L., Chauvenet, A., Fleming, C., Roche, E., … & Harris, N. (2019). Economic value of protected areas via visitor mental health. Nature communications, 10(1), 1-10.

Buckley, R. (2020). Nature tourism and mental health: Parks, happiness, and causation. Journal of Sustainable Tourism28(9), 1409-1424.

Cox, D. T. C., Shanahan, D. F., Hudson, H. L., Plummer, K. E., Siriwardena, G. M., Fuller, R. A., … Gaston, K. J. (2017). Doses of Neighborhood Nature: The Benefits for Mental Health of Living with Nature. BioScience, 67, 147–155.

Díaz, S., Pascual, U., Stenseke, M., Martín-López, B., Watson, R. T., Molnár, Z., … & Shirayama, Y. (2018). Assessing nature’s contributions to people. Science, 359(6373), 270-272.

Gibson, S. C. (2018). “Let’s go to the park.” An investigation of older adults in Australia and their motivations for park visitation. Landscape and Urban Planning180, 234-246.

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