En 2007, la revista Ecosistemas dedicó un monográfico a la Agroecología
Por Rocío Fernández Ales, expresidenta de la AEET
¿Qué nos hace humanos? Esa pregunta se la han hecho muchos pensadores, y han respondido cosas diversas: cabeza grande, manos hábiles, uso de herramientas, capacidad de razonar y prever el futuro etc., cualidades que difieren de las que tienen nuestros primos los grandes simios solo en cantidad. Pero hay una diferencia cualitativa que nos distingue claramente de nuestros parientes más cercanos y de la que apenas se habla: nuestra capacidad de establecer mutualismos con todo bicho viviente. Los chimpancés, gorilas y orangutanes no lo hacen.
Los manuales de Ecología definen mutualismo como aquella relación entre especies que tiene como resultado el aumento de las poblaciones de ambas, al aumentar su natalidad y/o disminuir su mortalidad. Y esa es la relación que mantenemos con las plantas cultivadas y los animales domésticos. No tienen más que molestarse en mirar las bases de datos de la FAO para comprobarlo. En los 40 años que van de 1960 al 2000, la población humana se ha duplicado, pero la de pollos se ha más que triplicado, la de cerdos más que duplicado y la superficie de trigo, maíz y arroz se ha incrementado en 180 millones de hectáreas, por poner como ejemplo solo a nuestros mutualistas mas abundantes, porque la gran mayoría también han aumentado.
Entrada de los animales en el arca de Noé. 1570. Bassano, Jacopo (Museo Nacional de Prado, Galería Online)
Supongo que esto no les convence porque piensan que en una relación mutualista todo es amor y compañía. Pero no es así, y si no, vean lo que escribe el Prof. Margalef acerca de la simbiosis, una forma mutualismo, pero que vale para todos: “Los simbiontes, al contrario que los parásitos, suelen recibir una nota positiva en los textos de Ecología. Pero la mayor parte de los ejemplos de cooperación consisten en una explotación en la que el explotado se ha doblegado de una manera abyecta. Su explotación ha pasado de ser un privilegio o un monopolio y nada se deja para otros eventuales explotadores. A cambio los explotados reciben protección. Las algas simbiontes no se matan, son simplemente ordeñadas, pero no pueden multiplicarse a su ritmo natural” (1993, Teoría de los sistemas ecológicos). ¿Acaso no es eso lo que hacemos con nuestros domésticos? Los explotamos, protegemos y controlamos su reproducción, como los corales a sus algas simbiontes.
La domesticación no es otra cosa que la modificación permanente del aspecto, composición química, comportamiento y estructura de nuestros mutualistas por la presión de selección que ejercemos sobre ellos. Es un proceso de coevolución, que se define como aquel por el cual dos o más organismos ejercen presión de selección mutua y sincrónica, que resulta en adaptaciones específicas recíprocas. Nosotros también hemos evolucionado, por ejemplo, nos hemos hecho tolerantes al gluten y a la lactosa. Estos cambios son muy lentos, no mucho mas rápidos que los que acontecen en el resto de las especies. Y es que domesticar requiere controlar la reproducción de los mutualistas para seleccionar los individuos de mayor interés, lo que no es tarea fácil cuando se vive rodeado de poblaciones salvajes que constantemente se mezclan con las cultivadas. Todas las características que ahora contemplamos en nuestros mutualistas se adquirieron poco a poco, a veces de forma intencionada y otras por casualidad y en lugares diferentes, mezclándose posteriormente.
Y ahora, cuando echamos la vista atrás y contemplamos los 12.000 años que llevamos modificando a nuestros mutualistas podemos ver la tendencia de cambio que han sufrido: de poblaciones muy semejantes a las silvestres que se explotan pero con poco control sobre la reproducción, ya que pueden reproducirse sin intervención humana, a poblaciones muy modificadas que no se pueden reproducir sin nuestra intervención. Un ejemplo de los primeros serían las vacas y caballos que se crían en libertad en Doñana y los trigos que crecen como malas hierbas en la siguiente cosecha, y de los segundos las vacas de raza azul belga, que solo pueden parir por cesárea, o los maíces híbridos que son estériles. En la actualidad, en los países desarrollados como el nuestro, la inmensa mayor parte de lo que comemos y con lo que nos vestimos procede de mutualistas totalmente controlados y tan modificados que difícilmente podrían sobrevivir si nosotros desapareciésemos. Y si ellos desapareciesen me temo que nosotros iríamos detrás de ellos. La relación se ha hecho muy fuerte; nos hemos hecho muy dependientes los unos de los otros.
Somos una especie con éxito que nos hemos expandido por todo el planeta, gracias a nuestra habilidad como biotecnólogos, porque sin nuestros mutualistas esto no habría sido tan fácil. Tenemos que estarles muy agradecidos por ser nuestros compañeros de viaje.
Continuará…
‘Ecosistemas’, revista científica de ecología y medio ambiente
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