
El ganado ha pastado en los bosques de toda la vida. Cuando no podía estar en los campos agrícolas, que era una buena parte del año, estaba en las zonas incultas: eriales, praderas, marismas o bosques, comiendo vegetación natural. Pero desde que la nueva agricultura del petróleo ha sustituido a la de toda la vida, en muchos países esta ganadería extensiva está desapareciendo, sustituida por otra que come el pienso que le cultivan. Pero no en todas partes. En América hay todavía mucho ganado suelto, tanto en bosques como en praderas.
La desaparición de la ganadería extensiva de donde había estado durante milenios, como en el Mediterráneo, está dando problemas. Después de tanto tiempo la vegetación estaba adaptada al pastoreo y al faltar se está reajustando a las nuevas condiciones, que no eran tan idílicas como se pensaba, sino bastante problemáticas como ya les conté en otra ocasión (aquí). Pero en sitios donde el pastoreo es más reciente, como en América, donde además los grandes herbívoros se extinguieron hace mucho tiempo, la vegetación no está tan adaptada porque al fin y al cabo el ganado lleva allí solo 500 años. Una parte importante está en bosques ¿Cómo les afecta la ganadería?
El continente americano es muy grande y muy variado, así que los ecosistemas en los que pastan los ganados y las formas de manejarlos son de lo más variopintos. En el último número de ECOSISTEMAS pueden encontrar ejemplos que van desde la cálida mata atlántica del Sur de Brasil (aquí) hasta los hayedos que lindan con las gélidas estepas de la Tierra del Fuego (aquí), pasando por los bosques templados de la vertiente E de la cordillera Andina en la Patagonia Argentina (aquí y a aquí). En los bosques de araucarias de la mata atlántica los ganados de toda la comunidad (puercos, reses, caballos, aves) se crían en grandes cercados dentro del bosque; en la Tierra del Fuego el vacuno permanece todo el año en el campo, moviéndose entre el bosque y la estepa a su amor, mientras que en los bosques de la cordillera se practica la trashumancia: en invierno las reses están en las zonas bajas y en verano se suben a la montaña a criar. Normalmente el uso pastoril suele ir acompañado del forestal, pero no con vocación extractiva, sino para aumentar la producción de hierba y de paso vender la madera.
No parece que el pastoreo produzca un daño irreparable en estos bosques. En el Sur del Brasil la riqueza de especies en las selvas pastadas es similar a la que hay en zonas iguales dedicadas a la conservación y que no tienen ganado. Los árboles son más grandes y se regeneran bien, pues hay muchas plántulas. En los bosques templados de la Patagonia argentina las reses consumen los arbolitos que están cerca de zonas con pasto natural, pero rara vez se adentran mas allá de 80 metros en el bosque, con lo que el daño es muy limitado. Es más, en algunos sitios, como en la parte sur de la Patagonia, el uso pastoril favorece el establecimiento de nuevas plántulas de ñire (Nothofagus antárctica), el árbol dominante. Y es que a las plántulas de esta especie les vienen muy bien perturbaciones como avalanchas, vendavales etc. para establecerse porque le quitan la competencia de sus mayores. Entre las perturbaciones, el pastoreo se puede considerar una más.
Resulta sorprendente que una vegetación que ha pasado unos milenios sin grandes herbívoros aguante el pastoreo sin mucho sufrimiento. Tampoco debería extrañarnos tanto. El ganado mayor lleva en América tanto tiempo como el hombre blanco, que lo trajo en cuanto llegó. Sin la competencia de grandes herbívoros se expandió por su cuenta por todo el continente, ocupando sabanas, matorrales, bosques claros y densos bajo climas templados, cálidos, húmedos y secos, alimentándose a su amor de los recursos de la tierra. No parece que esta ganadería cimarrona ocasionara daños severos en la estructura original de la vegetación ni introdujera cambios de consideración en la composición de especies de los ecosistemas en los que se establecieron, posiblemente porque ocuparon el vacío de los herbívoros que se extinguieron y volvieron a cumplir su antigua función de dispersar frutos y semillas, depredar plántulas y disminuir la biomasa vegetal. Se ha estimado que la densidad de herbívoros nativos que existió en el Pleistoceno no era baja, de entre 5 y 10 ha por animal, así que la presencia del ganado a baja densidad, como la de los ejemplos que hemos visto, no ha supuesto una perturbación intensa y novedosa y por tanto no ha cambiado drásticamente los hábitats naturales.
Esta ganadería montaraz fue siendo sustituida hace poco más de un siglo por otra con una tendencia a la intensificación en corrales, potreros y pastizales sembrados. En el trópico húmedo mejicano el cambio se hizo de forma abrupta a finales del siglo XIX y supuso la apertura masiva de prados a costa de la vegetación natural, lo que inició de la deforestación a gran escala. En la actualidad las antiguas selvas están tan fragmentadas que se teme por su persistencia.
Se da la paradoja de que los pocos retazos de cierta entidad de bosques de la mata atlántica brasileña en el estado de Paraná – donde solo queda el 3% de lo que había – son los que se dedican a la ganadería que les conté anteriormente, porque el resto se ha quitado para cultivar. Tanto es así que el Estado los ha declarado como zonas de conservación y le da incentivos para ello. Así que la ganadería extensiva a densidades y con manejos adecuados contribuye más a la conservación que otros usos del territorio mucho más agresivos.
Rocio Fernández Ales
Expresidente de la AEET.
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